miércoles, 13 de mayo de 2015

Somos nuestras acciones, no nuestras palabras.

Si algo comprendí en la vida, es que siempre las acciones y el esfuerzo, dice muchísimo más de una persona que las palabras. Jamás importa la actitud, o lo que las personas digan que es cierto o falso. Lo que importa son los intentos: esas acciones que se emprenden y que pueden cambiar las cosas. Las palabras, el texto, pueden decir mil cosas hermosas, pueden narrar los más maravillosos sueños; al final lo único que importa, es lo que las personas hacen para alcanzar esos sueños.

Cuando una persona quiere a otra, dice más el intento de comprender y preservar; a que de la noche a la mañana el dolor, el orgullo, la duda; superen las ganas de conservar a esa persona.
Dice más siempre de alguien el esfuerzo que su orgullo, su dolor en las piernas por el camino que la historia. Siempre.
El mundo es en definitiva un lugar extraño, donde nada es lo que parece, donde nada es el cuerpo que lo conforma, sino su función.
Las personas ven lo tangible, ven las palabras, escuchan los sonidos, y olvidan que tras todo aquello lo que prevalece únicamente al final eran las intenciones y las acciones.
Es por eso que no creo que algo como los dioses sea posible, porque las palabras dicen amor, piedad, misericordia, omnisciencia, omnipotencia, verdad, justicia, compasión y alivio; pero el mundo experimenta lo contrario, el mundo experimenta sufrimiento, guerras, crueldad, soledad. El resultado de ninguna incidencia más que de los humanos. Lo que cuenta al final no es la idea de un dios, la espera de un dios, sino el resultado de nuestra humanidad.

Lo mismo ocurre en el amor…
Más allá de los títulos, de los abrazos, de los sueños, de lo que se nos da intrínseca y directamente; está aquello que subraya el trasfondo de la palabra amor…
Las acciones, la honestidad, la capacidad de aceptar errores, la capacidad de confiar en el otro para decir lo que nos agobia, la capacidad de escuchar el problema y dudas de la otra persona. Y finalmente saber comprender lo que otra persona atraviesa y sus motivos al errar, al menos escucharlos. 
Más allá de la burda existencia carnal de las personas, hay una cosa particular que rescatar de todo esto:

Las palabras de afecto y de cariño, van a veces en el sentido completamente opuesto al resultado de las acciones. Por tanto, la autenticidad de alguien no está en su rostro, en su nombre, en su vida, sino en cómo cambia el mundo de otros y de cómo también, es capaz de destruirlo.

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