Es entonces, al abrir los ojos, cuando realmente somos nosotros mismos.
Cuando alguna vez en la vida no quede nada más que perder, es el momento para levantarte y hacer las cosas distintas para conseguir resultados distintos. Es momento de abrir la mente a nuevas posibilidades y pensamientos, ese momento en que el cemento de nuestras existencias se vuelve fresco nuevamente por el terremoto que acaba de pasar. Es entonces cuando vale la pena tomar el control y moldear nuestro gusto y placer el resto de nuestras vidas.
Ese momento cuando dejas de arrastrarte y humillarte para controlar cada aspecto de tu curiosidad y extender los límites de un egoísmo antes endemoniado que no es más que el cariño propio.
La conciencia de nuestro lugar en una existencia que efímera e inequívoca, nos pone en ella no para humillarnos, sino para sentar el camino de los humillados; no para engañar, sino para presentar con honestidad y orgullo nuestros más sublimes actos y nuestros más oscuros pasajes, que a fin de cuentas no llevan consigo a más desastroso final que el que cada ser existente tiene al final de su vereda.
Admitir nuestros demonios y pasar a ser señor de estos, amortiguando el daño que bajo nuestra antigua sobrevalorización de la vida humana nos hace dejar de vivir.
Ese momento en que estás orgulloso de tu pasado por delimitar quien eres ahora, por abrirte los ojos a la razón y a la inexplorable senda de vivir sin un destino. Esa a la que temimos muchas veces los débiles.
Es entonces cuando recobramos nuestro valor propio, real y tangible, que la muerte se convierte en nada más que una rutina dentro del gran Uroboros emblemático del universo.
Es entonces cuando podemos dar amor sin la falsa palabra que en nuestro mundo conlleva el compromiso de lo social, es entonces cuando podemos quemarnos en la pasión sin dolor, ser quienes somos sin mentirnos ni a los demás; es entonces, al despertar, al preguntarnos "¿por qué?", que nos convertimos en los dioses de nuestras vidas, es entonces cuando valoraremos cada segundo, cada instante, cada recuerdo, cada charla, cada respiro, cada bocado y piel que prueban nuestros labios, cada nube que vemos, cada estrella que apreciamos, cada sonido que emite una cuerda en la guitarra, cada sensación que nos evoca la espuma del mar, cada quemada, cada traición, cada susurro, cada melancolía, cada amargura, cada satisfacción, cada día, hora, minuto, segundo, mientras podamos existir, mientras nuestra existencia concierna a alguien, mientras nos concierna por sobre todo y ante todo a nosotros mismos.
Es entonces, al abrir los ojos, cuando realmente somos nosotros mismos.
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